Suena a palabra antigua, o a western, sin embargo la palabra está reviviendo, sobre todo gracias a una de sus opuestas que se ha hecho famosa: la procrastinación.
Pero vayamos por partes: ¿Qué es la diligencia? La diligencia es dedicar a una actividad el tiempo que necesita para que salga bien, y tiene dos actitudes contrarias: la postergación (procrastinación) y la precipitación. Conocerlas nos dará mucha información sobre la diligencia como su contrario.
La postergación y la precipitación.
Postergar significa dejar para más adelante algo que tengo que hacer. El postergador se confiere mucha decisión para el futuro, pero no para el presente. «Mañana lo haré» es su frase habitual. Pero al llegar el mañana, vuelve a postergarlo para el día siguiente.
A veces dejarlo para mañana, o para después, puede ser una idea inteligente: estamos muy cansados, no tenemos la tranquilidad necesaria, estamos atascados. No siempre se puede hacer cuando uno quiere, pero hay que estar atentos, porque si somos postergadores habituales, en realidad estamos buscando escusas para no esforzarnos, nos estamos estafando.
Pelayo tiene que hacer una práctica de FOL. Lo sabe desde hace días pero va dejándolo para el día siguiente, y así hasta la tarde anterior a la fecha de entrega. Justamente ese día tiene que estudiar para un exámen. Hace la práctica rápido y corriendo, respondiendo chorradas que le parecen a él, sin mirar los apuntes. Esto cabrea al profe de FOL, que le considera la práctica como no presentada.
Pelayo posterga. En este caso, además, su postergación le lleva a otro contrario de la diligencia: la precipitación. Hacer las cosas precipitadamente es hacer, pero hacer rápido y mal, es decir, sin dedicar el tiempo que la actividad merece.
¿Un mal extendido?
¿Y por qué somos así, si nos perjudica tanto? Puede haber varias razones para esto, quizás la básica es que nuestro cerebro es un tacaño cognitivo(1), un ahorrador de energía, y hay que espabilarlo y ponerlo a funcionar.
Otras razones añadidas pueden ser el miedo que nos genera el esfuerzo, o dicho de otra manera, eso que sentimos cuando tenemos que empezar a hacer algo que no nos apetece. También la percepción de dificultad o facilidad excesiva, puede ser otro ingrediente.
Lo cierto es que saber que tienes que hacer algo, y no hacerlo, acaba siendo un devorador de energía. Así lo dice la Ley de Emmett: el temor a realizar una nueva tarea consume mucho mas tiempo y energía que hacer la tarea.
¿Y que ocurre cuando me acostumbro a actuar con diligencia? Te puedes imaginar, las cosas que haces salen mejor, y tu nivel de satisfacción con tu trabajo y contigo mismo aumenta.
Una relación directa con FOL y el mundo del trabajo.
En nuestro tema 7, El Sistema Protector de los Trabajadores, estudiamos las obligaciones que la ley impone a los trabajadores. La primera de ellas es esta:
Cumplir con las obligaciones concretas de su puesto de trabajo, de conformidad con las reglas de la buena fe y diligencia.
Creo que queda claro. Se le pide al trabajador que no postergue sus quehaceres, ni se precipite en su ejecución. Claro está que no solo depende del trabajador. La organización del trabajo y la política de personal por parte de la empresa será fundamental para tener trabajadores diligentes (recordad los riesgos psicosociales que tanto pueden desgastarnos y debilitarnos)
Para terminar, dos curiosidades.
En la moral cristiana, se considera la Pereza como uno de los pecados capitales. Es la incapacidad para aceptar y hacerte cargo de tu propia vida. Frente a este «pecado», se proponía la diligencia como virtud.
La palabra Diligencia es de origen latino, y viene del verbo «diligere«, que significa amar…fantástico descubrimiento.
Artículo basado en el libro «Aprender a Vivir», de José Antonio Marina. Editorial Ariel.
(1) Daniel Kahneman